He dejado pasar unos días para escribir de la
forma menos apasionada posible lo que ha significado para mí este fin de
semana. Tengo que reconocer que ha sido inútil, porque cada vez que recuerdo
las horas que he disfrutado junto a Mayte Martín en su taller de flamenco, los
vellos vuelven a erizarse, como si ella estuviera presente arrancando compases
a su guitarra para agujerearnos el alma con certeros dardos de sentimiento y
desgarrarnos los sentidos con su manera incomparable de hacer el cante.
Porque sabes Mayte:
Más allá de las “cositas”, como tu dirías, que
nos has enseñado acerca de esa maravillosa forma de expresión artística que es
el flamenco.
Más allá de aprender que, por encima de voces,
de estilos, de palos, se alzó majestuosa Pastora Pavón, La niña de los Peines, cantaora total, con
inteligencia (no se puede ser artista si
no se es inteligente, nos dijiste) y una voz redonda para demostrar que podía
con todo.
Mas allá de aprender acerca de voces lainas,
de voces afillás, de melismas, métricas, palos, ritmos, tesituras y dinámicas.
Más allá de todo eso, aprendimos que un
concierto es un viaje emocional en el que no se trata de vender un billete a los
asistentes, si no de marcharse con ellos. Que hay cosas que sólo se pueden
hacer con la verdad por delante y que si no salen del sentimiento, nunca
llegaran al que escucha, aunque esté sentado a un metro.
Más allá de conceptos, aprendimos a sentir, a
buscar en los rincones, a intentar encontrar porqué algo te toca cuando lo
escuchas. Aprendimos que la magia viene de los detalles, que los silencios son
momentos para escucharte el alma y que uno tiene que aprender a convertir ese
vacío en algo positivamente sobrecogedor.
Y luego cogiste la guitarra, para hacernos
levitar y que nos olvidáramos de el frío, que ya no existía porque nuestros corazones
latían a tal velocidad que la sangre calentaba hasta el último rincón del cuerpo. Para
apretarnos un poco más el alma y sacarnos el jugo que a todos nos brotó en
forma de lágrimas cuando bordaste, por bulerías, “Compromiso”. Para demostrarnos
cuanta verdad había en tus palabras cuando nos dijiste que para ti, el escenario
era una oportunidad única de ser tú y darte a todos y cada uno de los
espectadores. El sábado y el domingo, no estabas en un escenario, pero te diste
a nosotros como si así fuera.
En el prólogo de mi última novela dije que
tenías poesía en tu voz, que escucharte era un bálsamo para el alma y que
esperaba en algún momento poder agradecerte personalmente los numerosos
momentos de inspiración que me habías brindado.